de Flavio Dalostto
Canto de Niataló.
Cantó Niataló este canto a Qad’ta’á:
“Canto a Qad’ta’á, mi Dios, no hay otro.
Su mano poderosa metió en el mar salino,
Lo revolvió por abajo, se asustaron las aguas barrosas,
Se agitó la sal aguada, y le dijo a Dios: -¿Qué quieres?
Y él le dijo: -Rodea al enemigo de Mi Pueblo, y mátalo.
Y la sal aguada envolvió a los capitanes, sus caballos y sus carros,
Con salinidad de Muerte, con Sangre de Sal.
Se movió la sal, se licuó la endurecida y arrastró
A los que buscaban cortar a la nación de Dios.
Pero debajo de Qom y de las tribus, la sal permaneció dura bajo sus pies,
Para que pasasen sin dilema, por todo el mar de Uyuni.
¡Gracias, Qad’ta’á, porque nos diste la Vida!
El Malqo y todos sus pioxonaqpí te desafiaron;
Creyeron que tu poder era de Oralóiq;
¡Cómo se equivocaron! ¡Creyeron que eras un dios chiquito,
como esas caritas de barro que tanto adoran!
¡No sabían que desafiaban al rey de los dioses,
al que fabricó sus pulmones y sus ojos!
¡No tuvieron respeto ni consideración por tu nombre!
¿El ladrillo se burló del ladrillero? ¡El ladrillero lo quebró,
y lo redujo a polvo desparramado, sin forma y sin conciencia!
Llevaste a tu Pueblo, desde la Montaña del Ande hasta el Mar de Sal:
Y no permitiste que los dientes del Malqo
se cobraran venganza en sus mujeres,
Ni que sus manos estrangularan a sus niños pequeños.
Creaste una isla para que descanse tu Gente, y se reponga de su persecución;
Pero a tus enemigos, los ahogaste espantosamente;
Los revolcaste entre barro, sangre y sal;
Los ojos de los caballos de los perseguidores se saltaron de sus cuencas,
Y sus patas revolvieron el barro sin encontrar suelo firme debajo de ellos.
Por eso los tumbaste, y aún así quisieron buscar la Vida,
Refugiándose en la isla que creaste para tus Santos.
¡No los dejaste, Oh Qad’ta’á! ¡No se los permitiste, Oh Aÿemaÿóm!
Aún así no les quitaste la vida, completamente, porque te dieron lástima,
Y les permitiste arrastrarse hasta tu isla, en el medio del Mar Uyuni:
Pero los transformaste en cacto inmóvil, para siempre.
Para que cuando pasen por allí las generaciones futuras, los vean, y digan:
-¡Mirad, el poderoso del Ande con todos sus soldados numerosos,
el rey terrible de la Montaña,
todo inmovilizado, quieto, sin poder aplastar a nadie con su pierna,
o golpear a nadie con su mano, o hablar insultos contra el Más-Grande!
Dios lo ha transformado en Nación de Cactos.
¡Tenían boca, pero se las borraste!
¡Tenían pierna, pero se las cortaste!
¡Tenían brazo, pero estiraron ramas!
¡Tenían piel, pero se las llenaste de espinas!
Así quedaron, en la isla, los enemigos de Dios;
Un Ejército paralizado, servirá de testimonio
Para todos los tiempos venideros.
¡Oh, Qad’ta’á; tú nunca fallas, ni te equivocas!
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