por Flavio Dalostto, Oiquiaraxáiq.
Hace millones de años, cuando recién comenzaba a existir la Humanidad tal cual la conocemos hoy, existían los poderosos hombres-animales y los hombres-pájaros. Entre estos últimos estaban, el Señor Carancho (Tanguí) y el Señor Pájaro Carpintero de Cabeza Colorada (Nigonoqolái). Ambos, cuidaban a los primeros humanos, que eran poco numerosos. Ambos Señores no querían que se fruste el desarrollo de la gente.
Entre esta imperfecta e incipiente humanidad existía un qom ("persona") que estando en su casa, tuvo hambre. Entonces, con un cuchillo, arrancó una lonja de carne de una de sus piernas y se la comió. Como le gustó, siguió devorando su pierna hasta la altura de la rodilla, dejando solo los huesos, tibia y peroné, pelados.
El hombre, que fue apodado "Simialché" (pierna-de-hueso), afiló la punta de esos huesos, hasta transformarlos en un arma asesina. Entonces, se pudo a renguear y caminando fue recorriendo aldeas humanas. Cuando veía gente, corría y les incrustaba la pierna de hueso en el corazón, y los mataba. Mucho disfrutaba Simialché del daño que hacía.
Estas noticias llegaron a oídos de Carancho y Pájaro Carpintero, quienes decidieron poner fin a los asesinatos. Localizaron a Simialché que acababa de matar a un hombre, y Carancho lo desafió. El asesino corrió e intentó clavar su afilado hueso en el corazón de Carancho, pero éste se había protegido con un escudo de madera en el pecho. El hueso afilado quedó clavado en el objeto de madera, y Pájaro Carpintero aprovechó para darle un garrotazo a Simialché, y éste murió. No existían cárceles para encerrar a Simialché. Nuestra cultura jamás las usó. Mucho tuvo que ver que la mayoría de nuestras tribus eran nómades y ¿Cómo llevar una cárcel de un lugar a otro? No tenía lógica.
Simialché no era un criminal común. No era un confundido, ni un errado. Era un ser plenamente conciente del daño que hacía, reincidía y lo gozaba. Había perdido, por propia decisión, su condición humana, jamás se arrepintió y se había transformado en un monstruo peligroso e irremediable. Aquellos sabios señores consideraron justo privarlo de una vida que ya no era humana, sino monstruosa. Lo ejecutaron sobre todo, no por lo que había hecho, sino por lo que seguía haciendo. Matarlo fue, para ellos, salvar la vida de inocentes. No ejecutaron a un hombre, sino a un monstruo. Esto demuestra que nuestros ancestros no descartaban la pena máxima, sino que la tenían reservada para casos extremos que ponían en riesgo la existencia misma de la Comunidad.
Si bien los Hijos de Qom no creemos que los humanos tengamos potestad para ejecutar a un malvado, debido sobre todo a los deficientes sistemas de justicia humanos del Sistema de Cosas colonial; creemos que si tuviéramos la certeza de la culpabilidad inexcusable y reincidente de un crimen atroz, y no hubiese forma de encarcelar su odio, su autor debería ser aliviado de su propio Terror, privándolo de la posibilidad de continuar su vida de criminalidad y daño a los inocentes. Simialché no fue ejecutado por ser un humano malo, sino porque había dejado de ser humano.
Sabemos que este es un tema de dilema y confrontación; pero como Hijos de Qom debemos afrontarlo, sobre todo en estos momentos de la humanidad, en que algunos van perdiendo su condición humana y se transforman en monstruos irremediables, inexcusables y pleligrosos. Las cárceles de este Sistema de Cosas que gobierna Payáq-Satanáj han demostrado que no sirven para poner remedio y que solo agravan la enfermedad social, ya que se han convertido en Universidades del Crimen. Los índices de reincidencia criminal sugieren que el sistema carcelario ha fracasado y que la suelta anticipada de peligrosísimos delincuentes crea mayores posibilidades de riesgo para la Comunidad. También sabemos que ciertas condiciones socio-ambientales en libertad, posibilitan la degradación humana; pero también creemos en la responsabilidad de la propia gente y su posibilidad de elección entre salvar la Vida o dañarla.
Cuando los Hijos de Qom quitamos una garrapata henchida de sangre de la oreja de nuestro perro amado, y la aplastamos contra el piso, lo hacemos sin odio, sabiendo que esa garrapata no podía dejar de serlo ni podía evitar beber sangre. La garrapata si bien es irremediable y peligrosa, es excusable. Ella no eligió su destino, porque éste vino señalado de antemano, en su ADN. Simialché, en cambio no fue excusable. Fue dotado de un cerebro y un corazón y del conocimiento del Bien y del Mal. Si así hacemos con la garrapata que no es responsable, que haríamos con un criminal responsable de su maldad. Los Hijos de Qom ni odian a la garrapata ni odian a Simialché; pero Carancho y Pájaro Carpintero, tomaron decisiones que consideraron justas y basadas en el sentido común y en la disminución del daño. Este es un Camino triste, pero noble. Las maldad debe ser combatida y sus autores castigados.
El fin no era matar a Simialché, sino evitar futuros crímenes. Las cárceles deberían, entonces, estar preparadas para encerrar a los simialché. Pero, el sistema carcelario y el sistema judicial, ¿lo logran plenamente? Este es, ciertamente un tema de debate y motivo de reflexión. He aquí la paradoja: ¿Defendemos la Vida matando a Simialché? ¿Al matar a Simialché, evitamos sus futuros crímenes? ¿Qué pesa más en la balanza: La vida del monstruo que con certeza eliminaríamos o las más vidas que pone en peligro pero de las cuales no tenemos certeza que él las eliminaría? ¿Cuál sería la justa decisión, si prescindiéramos de la Cárcel y de la Justicia del corrupto Sistema de Cosas? ¿Cómo evitar el crimen futuro?
Y, el que mate a Simialché, se convertiría en justiciero, ¿pero, también en Asesino?
No hay comentarios:
Publicar un comentario